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lunes, 9 de agosto de 2010

La dieta del cerebro: la alimentación influye en el estado de ánimo

El azúcar nos sirve para controlar los impulsos | Numerosos estudios aconsejan aumentar el consumo de omega-3

Los efectos de la comida sobre nuestras reacciones y emociones han sido ignorados durante mucho tiempo. Sin embargo, científicos de todo el mundo se proponen ahora demostrar que hay una correlación directa entre la dieta y nuestro estado de ánimo.

La relación de las personas con la comida es uno de los elementos que contribuyen a la diversidad cultural del ser humano, a la riqueza gastronómica repleta de sabores, de aromas, de texturas y de matices. La interacción que cada uno tenemos con los alimentos es peculiar y específica, es un regalo para los sentidos, un placer individual que adquiere una dimensión especial cuando se puede compartir alrededor de una buena mesa.

Por desgracia, los alimentos, no sólo aportan los nutrientes necesarios para vivir, sino que también pueden desencadenar o empeorar enfermedades, desde la gota por el consumo excesivo de carne o de marisco, hasta crisis de migraña después de un atracón de chocolate o quesos, pasando por los problemas circulatorios derivados de un consumo elevado de sal o de ingerir cantidades importantes de grasas saturadas. También sabemos que, en ocasiones, el cerebro modifica la relación de las personas con los alimentos, lo que conduce a excesos como la bulimia por falta de control en lo que se ingiere o, en el otro extremo, la anorexia; así, pues, algunas disfunciones cerebrales modifican la forma de comer. Pero ¿es cierta la relación inversa? Los alimentos ¿pueden afectar a la conducta?

Jean Jacques Rousseau afirmaba que "es un hecho que las personas que comen mucha carne son por regla general más crueles y feroces". "Qui menja sopes, se les pensa totes", dice un refrán catalán, refiriéndose a los supuestos efectos beneficiosos de la sopa para ser avispado; "Barriga llena no estudia de buena gana", comentan otros. Néstor Luján, en su Diccionario Luján de gastronomía catalana (La Campana, Barcelona, 1990) recoge la opinión de los médicos medievales sobre las lentejas: provocan epilepsia y locura, y esta creencia ha perdurado a lo largo de los siglos en algunos lugares. El refranero recoge desde antaño los efectos de la alimentación sobre el humor; sin embargo, los científicos han sostenido que era absurdo pensar en una relación entre la dieta y el funcionamiento del cerebro. ¿Sigue siendo así?


Nutrición y salud mental

Isla Mauricio se encuentra en el océano Índico, sobre el trópico de Capricornio, y fue puerto de marineros árabes, portugueses, holandeses, franceses e ingleses, que colonizaron sucesivamente sus escasos 2.000 km2 de superficie. Isla Mauricio es conocida mundialmente por ser el único hábitat natural del extinto pájaro dodo, pero en el ámbito de la salud pública también ostenta la unicidad por ser el lugar donde se está siguiendo una cohorte de 1.795 niños nacidos allí en 1969. Peter Venables y Adrian Raines son los investigadores principales del Mauritius Child Health Project, que estudia los factores asociados a alteraciones mentales, mediante el seguimiento exhaustivo de un grupo muy amplio de niños desde su nacimiento, con la finalidad de poder prevenirlos. Uno de los resultados centrales de este estudio es la identificación de la malnutrición en la infancia como factor de riesgo de algunas alteraciones futuras. La serie de Isla Mauricio ha permitido observar que una dieta mejor reduce la aparición de alteraciones de la conducta en un 53% y la hiperactividad en un 41%.

Numerosos artículos describen asociaciones entre diversos componentes de la dieta –incluyendo micronutrientes como el zinc o derivados de la vitamina B– y alteraciones cognitivas o disfunciones cerebrales. En la actualidad se está tratando de estudiar cuáles de estas asociaciones son puramente casuales y cuáles podrían tener un fundamento causal.

Una de las áreas en las que se ha avanzado más es la posible relación entre la degeneración neuronal, el envejecimiento y los estados depresivos. El auge de este tipo de investigaciones se debe a la idea de que, hacia el año 2050, cerca de un 30% de la población mundial tendrá más de 65 años, y las alteraciones degenerativas serán un problema mucho más importante que en la actualidad. En esta línea, James Joseph, científico del Centro de Investigación sobre Nutrición Humana en el Envejecimiento de la Universidad Tufts en Boston, acaba de publicar una revisión de los estudios existentes sobre la relación entre la degeneración neuronal, el cerebro y la nutrición. Concluye que es importante ingerir regularmente sustancias con efecto antioxidante (como los polifenoles) porque a medida que avanza la edad, nuestro cerebro se vuelve más sensible al estrés oxidativo, de modo que parece recomendable seguir una dieta rica en ácidos grasos poliinsaturados como los que contienen el pescado o los frutos secos. Además, la mayoría de los autores coinciden en recomendar una restricción del aporte diario de calorías para mantener las funciones cerebrales cognitivas en un estado óptimo.


Atentos a los omega-3

El denominado trastorno por déficit de atención/hiperactividad es una entidad controvertida que se describió por primera vez en 1902 bajo el nombre de "disfunción cerebral mínima", a causa de la levedad de los síntomas y la incertidumbre del diagnóstico. Un siglo más tarde el panorama ha cambiado mucho gracias, sobre todo, a dos circunstancias: el hecho de que ese nombre –abreviado a menudo como TDAH– aparece como un diagnóstico en el conocido diccionario de enfermedades DSM desde la versión III de 1980, y también al hecho de que se han comercializado medicamentos costosos específicos para este trastorno.

En la búsqueda de las causas que podrían explicar la dificultad para la concentración, varios autores han investigado factores nutritivos. En este sentido, el psiquiatra Javier Quintero, del Hospital Infanta Leonor de Madrid, y su equipo han analizado el posible efecto de la dieta actual –deficiente en ácidos grasos omega-3 comparada con la dieta previa a la industrialización– sobre el crecimiento, el desarrollo del tejido cerebral o conductas concretas (como rabietas, cambios de humor o alteraciones del sueño). Según estos autores, los estudios actuales apuntan a esa relación, aunque todavía no son concluyentes. En otras palabras, como suscribe la doctora Natalie Sinn, del Centro de Investigación en Fisiología de la Dieta en la Universidad de South Australia, no se trata de empezar a dar suplementos de ácidos grasos omega-3 a los niños inquietos, sino procurar que la dieta cotidiana contenga más ácidos grasos omega-3 de los que ingerimos, algo que sin duda será beneficioso para todos, los niños movidos, a quienes les cuesta mantener la concentración, y también todos los demás.


Glucosa y autocontrol

En Espalda y emociones, el osteópata David Ponce describe las consecuencias de la acumulación de sustancias excitantes que ingerimos a lo largo del día a partir de lo que gráficamente llama "efecto Sue Ellen", en referencia a la protagonista de la serie televisiva Dallas –que siempre tomaba una copa para relajarse antes de irse a dormir–. Tras un día de trabajo intenso y largo, cierta cantidad de alcohol al terminar una cena más o menos copiosa produce un efecto relajante que, a la madrugada siguiente, tiene que revertirse con una buena dosis de café (a menudo potenciada con la nicotina de algún cigarrillo) y el azúcar (en el mismo café, en la bollería que comemos para desayunar, o con la bebida de cola que tomamos a cualquier hora). Para contrarrestar este estado de excitación continuada y poder conciliar el sueño, habrá que ingerir alcohol de nuevo la noche siguiente, y así sucesivamente. Cafeína, nicotina, azúcar y alcohol, cuatro elementos que, cuando dejan de tomarse únicamente para saborearlos, se convierten en malos compañeros.

Especial atención merece la glucosa, un compuesto indispensable para numerosas funciones vitales y que es casi la única fuente de energía del cerebro, adonde llega a través del flujo sanguíneo. El cerebro requiere glucosa para poder llevar a cabo de manera eficiente sus múltiples tareas, desde recibir y procesar la información de los sentidos hasta funciones superiores como pensar, recordar o planificar, pasando por el complejo mantenimiento de la homeostasia de todo el cuerpo. Lo curioso es que hay una tarea que requiere un aporte especial de glucosa: el autocontrol.

Matthew Gaillot y Roy Baumeister, dos psicólogos de la Universidad estatal de Florida, han realizado un exhaustivo estudio de la conducta en centenares de personas que les ha permitido concluir que unos niveles de glucosa adecuados y constantes son fundamentales para poder ejercer el autocontrol –la capacidad de frenar los impulsos y las respuestas automáticas de una manera consciente, algo que resulta esencial para el buen funcionamiento tanto individual como social, para facilitar la cooperación y la armonía entre los grupos humanos–. Esto podría explicar algunas de las conductas que se observan tras reuniones largas en las que la hipoglucemia hace mella en los participantes y aumenta la probabilidad de que aparezcan respuestas fuera de tono o discusiones cuyo origen es a menudo el cansancio mental.

Sin embargo, hay que aclarar de inmediato que glucosa no significa necesariamente hidratos de carbono refinados; debemos recordar que el organismo es capaz de obtener glucosa de otras fuentes, como las proteínas o la fruta.

¿Vamos hacia una neurogastronomía? Por el momento, quizás no se trate tanto de que los chefs tengan una formación en neurociencias ni de que haya restaurantes con menús para moldear el estado de ánimo, sino de ser conscientes del valor de una dieta equilibrada sobre la silueta o la salud cardiovascular, pero también sobre las emociones y el estado de ánimo. Y, mientras tanto, no olvidar que los intestinos y el humor pueden jugar malas pasadas cuando, en lugar de sentarnos a la mesa como se merece una buena comida, lo hacemos como una rutina, de prisa y corriendo, pensando sólo en el trabajo y enfrascados en la ansiedad o en eso que llamamos estrés cotidiano.


¿Y el segundo cerebro?

Michael Gershon es catedrático del Departamento de Anatomía y Biología Celular en la Universidad de Columbia. En su libro "The second brain" aclara: "Éste no sirve para resolver problemas filosóficos ni para escribir bellos poemas; tales actividades están reservadas para el cerebro de la cabeza"; ahora bien, recuerda que hay otra parte del cuerpo humano dotada de una complejísima red de tejido nervioso que, además, contiene gran cantidad de neurotransmisores, como los que también se encuentran en el otro cerebro (por ejemplo, la serotonina). Es el sistemanervioso entérico, que acompaña al tubo digestivo desde el esófago hasta los intestinos, pasando por el estómago.

Hasta hace poco se creía que el sistema nervioso entérico únicamente tenía fines digestivos y de absorción de los nutrientes. Sin embargo, hoy sabemos que el "segundo cerebro" está en estrecha relación con el primero, y contribuye a determinar nuestro estado mental e incluso puede desencadenar síntomas específicos. Eso explicaría el cosquilleo en el estómago que percibimos en situaciones de ansiedad o que algunas personas traduzcan dicha ansiedad en problemas como estreñimiento o diarrea. Varios estudios apuntan al hecho de que parte de nuestras emociones están vehiculizadas por el tejido nervioso entérico. Curiosamente, de nuevo, varias expresiones populares hacen referencia a esta relación desde antaño.




Fuente: LaVanguardia.es
Autor: Albert Figueras. Medico

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lunes, 15 de febrero de 2010

Refrescos y gaseosas aumentan el riesgo de padecer cáncer de páncreas

Las personas que toman dos o más refrescos con azúcar por semana tienen un riesgo mayor de padecer cáncer de páncreas, un tumor inusual pero mortal, dijeron investigadores el lunes.
La gente que bebía más jugos de fruta que refrescos no tenía el mismo riesgo, según mostró el estudio, realizado con 60.000 personas en Singapur.

El azúcar podría ser el responsable, pero quienes toman refrescos azucarados regularmente tienen otros hábitos poco saludables, dijo Mark Pereira, de la University of Minnesota, que condujo el estudio.

"Los altos niveles de azúcar en los refrescos podrían incrementar el nivel de insulina producido en el cuerpo, lo que creemos que contribuye a que las células de cáncer de páncreas crezcan", dijo Pereira en un comunicado.

La insulina, que ayuda al cuerpo a metabolizar el azúcar, se produce en el páncreas.

En un artículo en la revista Cancer Epidemiology, Biomakers & Prevention, Pereira y su equipo dijeron que habían seguido a 60.524 hombres y mujeres en el Estudio de Salud Chino de Singapur durante 14 años.

En ese tiempo, 140 de los voluntarios desarrollaron cáncer de páncreas. Aquellos que bebían dos o más bebidas a la semana tenían un 87 por ciento más de riesgo de contraer el tumor pancreático.

Pereira cree que el descubrimiento sería aplicable en otros lugares.

"Singapur es un país rico con un sistema sanitario excelente. Los pasatiempos favoritos son comer y comprar, así que los descubrimientos deberían ser aplicables a otros países occidentales", dijo.

Pero Susan Mayne, del Centro de Cáncer de Yale, en la Yale University, en Connecticut, fue prudente.

"Aunque este estudio encontró un riesgo, el descubrimiento estuvo basado en un número relativamente pequeño de casos y sigue sin estar claro si es una asociación casual o no", dijo Mayne, que trabaja en la revista, publicada por la Asociación Americana de Investigación del Cáncer.

"El consumo de refrescos en Singapur fue asociado a otros comportamientos adversos para la salud como fumar o ingerir carne roja, que no podemos controlar con precisión", agregó.

Otros estudios vincularon el cáncer de páncreas con la carne roja, especialmente la quemada o carbonizada.

El cáncer de páncreas es uno de los tipos más mortales de cáncer, con 230.000 casos a nivel mundial. En Estados Unidos, a 37.680 personas se les diagnostica cáncer de páncreas cada año y 34.290 mueren por la enfermedad.

La Asociación Americana del Cáncer dice que un cinco por ciento de las personas que padecen este cáncer tienen una tasa de supervivencia de cinco años.

Algunos investigadores creen que ingerir altos niveles de azúcar podría favorecer ciertas formas de cáncer, aunque las pruebas han sido contradictorias. Las células cancerígenas usan más glucosa que otras células.

Una lata de refrescos de 355 mililitros contiene unas 130 calorías, casi todas ellas de azúcar.

Fuente: Reuters
Reporte: Maggie Fox / Washington
Tradución: Rafa García de Cosío.

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miércoles, 24 de junio de 2009

Tanta 'tele' engorda

Los niños pasan tres años de su etapa escolar ante pantallas de todo tipo - Llega la sociedad obesogénica: las comodidades que nos facilitan la vida se han vuelto nuestro mayor enemigo

Cuando un niño de un país desarrollado termina su escolarización ha estado sentado frente a una pantalla una media de tres años; de hecho, ésta es la actividad a la que más tiempo habrá dedicado por detrás del sueño (más que al colegio, teniendo en cuenta las vacaciones). Durante esos años, le habrán bombardeado con unos 10.000 anuncios de comida hipercalórica, con altas dosis de azúcares y grasas; todo un caldo de cultivo para el sobrepeso. No comer de forma equilibrada, no hacer ejercicio o que a sus padres también les sobren kilos son el resto de factores decisivos para que acabe siendo un obeso.

El aumento, durante los últimos años, del consumo de otros dispositivos electrónicos no se ha compensado con la bajada del tiempo frente a la televisión, de alrededor de 10 minutos en los últimos 15 años (en 1995 era de 160). Evidentemente 10 minutos es mucho menos de lo que los niños emplean para conectarse a Internet, jugar a las videoconsolas y manejar el teléfono móvil. El consumo de televisión está en dos horas y media y el saldo final para los niños y adolescentes españoles es de muchos más minutos sentado frente a una pantalla. El 40% de los menores, además, prefiere Internet a la televisión y, casi la mitad, los videojuegos a la pequeña pantalla (según un estudio de la Universidad de Navarra en 2006 con niños de varios centros escolares).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva años advirtiendo de que la obesidad es una pandemia que tendrá graves consecuencias si no se frena pero, pese a ello, vivimos en un ambiente que cada vez más fomenta el sedentarismo y la mala alimentación, promocionada especialmente desde los medios. Las pantallas y la comida basura se convierten en un círculo vicioso para los niños. Según un estudio publicado en 2006 en la revista estadounidense Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine, se asociaba cada hora de televisión con la ingesta adicional de 167 calorías. El estudio destaca la influencia de la televisión en el desequilibrio del balance energético y sus implicaciones en crecimiento del porcentaje de niños y jóvenes obesos en EE UU.

España aún no está a la altura de EE UU, pero las últimas cifras indican que nos acercamos a Reino Unido, uno de los peor parados de Europa en este sentido, con aproximadamente un tercio de sus niños con problemas de sobrepeso y obesidad. En España, el 30% de los menores de 14 años están por encima de su peso, asegura Ricardo García, jefe del servicio de endocrinología infantil del madrileño hospital La Paz, quien además afirma que, dentro de este 30%, crece la proporción de obesos frente al de niños con sobrepeso. Según la última encuesta realizada por el INE (con datos de 2006), padecía sobrepeso el 27,6% de los niños, un 11,5% más que en la anterior encuesta de 2003.

En España, la prevalencia de la obesidad ha crecido de forma exponencial en los últimos años y los médicos creen que el problema no se percibe con la gravedad que debería. Tampoco hay nada que parezca indicar un cambio de tendencia: "El problema va a peor, no hay más que mirar el estilo de vida: coche para todo, nadie usa las escaleras, los niños no van a clase andando...". Esto es lo que preocupa a Felipe Casanueva, director del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre la fisiopatología de la obesidad y nutrición (CIBERobn), organismo dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación y del Instituto de Salud Carlos III, dedicado a investigar de forma multidisciplinar todos los aspectos de la problemática.

"Un estudio de EE UU concluyó que los niños están una media de 6,5 horas al día enganchados a un aparato electrónico, es una barbaridad", explica vehemente Casanueva. El estudio ALSPAC, realizado en la Universidad de Bristol (RU) a través del seguimiento a más de 14.000 niños desde la gestación, estableció que el riesgo relativo de padecer obesidad en los niños que veían la televisión de 4,1 a 8 horas a la semana era un tercio menor que el de los que la veían más de ocho horas. "Los padres suelen premiar a sus hijos con una televisión para su habitación, un error fatal", critica el director del CIBERobn. El ambiente no facilita las alternativas a la electrónica, que los médicos creen deberían promover los padres. El 60% de las casas españolas tienen ya más de una televisión y el porcentaje de niños que tienen móvil a los 10 años ya está en torno al 70%.

La expansión de los juegos electrónicos ha coincidido con la falta de tiempo y el aumento de los alimentos precocinados y la comida rápida. Las sociedades "obesogénicas" (abundancia de comodidades, mayor acceso a alimentos energéticos y vida sedentaria) están fomentando este crecimiento. La psicóloga experta en trastornos alimentarios, Julia Vidal, también alerta de las complicaciones que muchas veces la sociedad impone a la práctica de ejercicio, "a veces parece que el único deporte asequible es el que se hace con la Wii Fit". No es desdeñable la creciente afición a este tipo de consolas donde el usuario se ejercita mientras juega. Las ventas de Wii crecieron un 58% en 2008 respecto al año anterior.

"Las comodidades producto del desarrollo de las sociedades se han convertido en nuestros enemigos", afirma Gema Frühbeck, directora de la Sociedad Europea de Endocrinología. "Ahora toca aprovechar sus ventajas para adaptarlas a un modo de vida saludable". Frühbeck acaba de copresentar un libro (junto al doctor Gareth Williams, de la Universidad de Bristol), Obesidad: ciencia para practicar, en el que hacen hincapié en la relación directa con las horas de pantallas y en general del sedentarismo. Los niños obesos pasan, según estudios europeos a los que alude Gema Frühbeck, entre seis y 10 horas al día viendo la televisión, mientras que los demás pasan entre dos y cuatro horas. Es la pescadilla que se muerde la cola. Los problemas de relaciones que puede provocar el estar gordo, se unen a que, mientras están frente a aparatos electrónicos, también comen, normalmente comida basura.

La obesidad infantil dista mucho, como se apuntaba, de estar bien identificada por la población y aún queda un largo camino a la concienciación. Aunque Ricardo García asegura que están creciendo tanto los casos de obesidad como las consultas al endocrino, opina que "deberían haber aumentado más, ya que muchas veces no se acude cuando existe sobrepeso, y una vez alcanzada la obesidad es una enfermedad crónica muy difícil de curar". El papel de los padres es, por tanto, fundamental. En la obesidad se cumple el de tal palo, tal astilla. Una de las mayores probabilidades que puede conducir a un niño es, precisamente, que sus padres lo sean (¡Mira el niño, está gordito como su padre...!). Casanueva resalta la importancia de una buena actitud: "Los progenitores desconocen la dimensión del problema y sus actitudes negativas se reflejan en los hijos", explica el investigador, que ahonda en varios de los errores más comunes: "El hecho de comer viendo la televisión es malísimo, está demostrado que se come más porque se produce una desconcentración que inhibe la sensación de saciedad". Otro ejemplo es el tipo de comida, "los padres permiten a los niños caprichos alimenticios que están provocando un estilo de alimentación alejado del tradicional de España, sin frutas, verduras o pescados y con mucha grasa".

La pésima combinación entre comida grasienta, pantallas electrónicas y escasez de deporte tiene los resultados señalados con el agravante de que son crónicos. Más del 80% de los niños o adolescentes obesos siguen siéndolo de por vida. Esto implica una tendencia en aumento hacia una sociedad obesa. El aumento es vertiginoso y Ruiz afirma que "algunos médicos apuntan que la esperanza de vida de los niños nacidos en la década de los 2000 será más baja que la de los de décadas anteriores". Estamos, pues, ante un problema de gran envergadura para la salud pública, pero también para los sistemas económicos.

El impacto de la obesidad tiene un coste sanitario muy elevado. Las estimaciones son muy complicadas por la cantidad de patologías derivadas. No obstante, el estudio Delphy (1999) estimó (para España) en el 7% del presupuesto sanitario lo dedicado a las consecuencias directas e indirectas de la obesidad. En 2002, la RAND Corporation (una institución norteamericana sin ánimo de lucro) valoró que el coste de la obesidad era mayor al derivado del tabaquismo o el alcoholismo en EE UU.

La tendencia de los expertos (a la luz de las estadísticas) es muy pesimista. Para Casanueva, pasa únicamente por una completa estrategia política en todos los ámbitos. "Los políticos tienen que percibir la gravedad del problema; en España, a diferencia de otros países, la obesidad no aparece en los programas políticos". El director del CIBERobn habla de regulaciones, como la de prohibir la venta de bebidas y alimentos hipercalóricos en los colegios e institutos, introducir información sobre nutrición y riesgos en los programas educativos u obligar a los restaurantes a publicar las calorías que llevan sus menús. "Es necesaria una mayor concienciación que sólo se consigue por esta vía", señala el especialista. "Debería haber un movimiento de las autoridades para promover ciudades sanas, ahora está claro que no es una prioridad".

Los estudios indican que las políticas pueden ser muy útiles para combatir el sobrepeso. En un reciente informe aparecido en febrero en la revista Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine sobre un conjunto de niños en Holanda y Australia, determinaba que la eliminación total de publicidad de comida basura supondría una caída en los porcentajes de obesidad infantil de en torno a un 2,5%. En las conclusiones del informe se afirma que la limitación de este tipo de anuncios contribuiría en gran medida al gran esfuerzo necesario para mejorar las dietas infantiles.

El reto es tratar de combatir la epidemia, "con unas perspectivas poco halagüeñas trataremos de dar pasos a nivel global", explica Casanueva, "como los de algunos países escandinavos, que han conseguido estabilizar la prevalencia gracias a medidas como la prohibición de vender productos hipercalóricos en los colegios, prohibir anuncios de ese tipo en horario infantil o incluir programas de educación nutricional en los colegios". Las propuestas políticas concretas, no obstante, deberán llegar tras los recursos: "De momento tenemos que conseguir que los Gobiernos se conciencien y se inviertan las cantidades necesarias", concluye.

A pesar de todo, y más tratándose de menores, no hay que dejar de lado la prudencia. Los adolescentes son un grupo muy vulnerable y es necesario acotar bien las situaciones para evitar que se pase de un extremo a otro, como la anorexia o la bulimia. "No debe transmitírseles la idea de una sociedad de gordos y flacos, donde la importancia de la imagen es excesiva", dice Gaitán. "Los padres y los educadores tienen que sentarse con los niños y enseñarles a comer. Tienen que explicarles a partir de dónde empieza el sobrepeso y prevenir que se obsesionen", afirma Ruiz.

Frühbeck habla también de la "estigmatización de la persona obesa, hay que evitar mensajes de persecución hacia los niños que padecen esta enfermedad, transmitirles apoyo, de forma gradual, no tiránica"; la presidenta de la Sociedad Europea para el Estudio de la Obesidad afirma que la única solución es la educación y las políticas de concienciación. "Los niños necesitan aprender los hábitos alimenticios en el colegio, si no no vamos a conseguir nada".- Dieta saludable. El Ministerio de Sanidad y Política Social tiene implantada la estrategia NAOS, bajo el lema ¡come sano y muévete! establece una serie de alimentos que deben ser la base de la dieta: las frutas, verduras y hortalizas, cereales, productos lácteos, pan y aceite de oliva deben consumirse a diario. También el arroz y la pasta pueden alternarse. Tanto las proteínas como las grasas y los azúcares deben comerse con moderación. Hay que aprovechar la base de la que es la dieta tradicional española, los productos mediterráneos.

- Ejercicio físico. Existen muchas posibilidades para mantenerse en forma. Caminar al colegio o subir las escaleras constituyen ya maneras de evitar caer en una vida sedentaria.

- Eliminar horas frente a las pantallas. Los diferentes estudios demuestran la correspondencia que existe entre las horas que los niños pasan con la televisión, el ordenador o las videoconsolas y su sobrepeso. Es necesario moderarlas y ofrecer alternativas para que se ocupe el tiempo de ocio.

- Equilibrio. Debe tenerse en cuenta que hay que llevar un equilibrio entre la cantidad de energía que se ingiere y lo que se quema mediante la actividad diaria.


Fuente: El País.com
Autor: Cristina Castro Carbón

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