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lunes, 26 de diciembre de 2011

“Comer un helado es como una inyección de heroína”

“La línea que separa una droga de un alimento es cada vez más borrosa”
Entrevista al Dr. Gary L. Wenk , especializado en neurotoxicología y una autoridad mundial en la investigación del Alzheimer y el envejecimiento cerebral. Su libro "Tu cerebro bajo los efectos de los alimentos: cómo los compuestos químicos controlan tus pensamientos y sentimientos", fue reconocido por sus “esfuerzos en favor de la promoción de la ciencia y sus aplicaciones”. Para este científico no hay ninguna diferencia entre los alimentos y las drogas, ambos producen efectos deseados en nuestro cerebro.


CUKMI: Una reseña de tu libro dice que “todo lo que incorporamos al cuerpo tiene consecuencias directas en nuestra forma de pensar, sentir y actuar”. En relación a los alimentos, ¿son los ingredientes, los nutrientes, su combinación o el acto de comer el que determina principalmente la función del cerebro?

GARY: Esta es la pregunta más difícil, y también la más importante, en relación a los efectos de nuestra dieta en la función cerebral. La verdad es que cada ingrediente debe ser siempre considerado en relación con sus propias acciones específicas y sus acciones en la presencia de los otros nutrientes. Por ejemplo el chocolate, un alimento complejo del que se ha escrito muchas veces. Cada uno de sus ingredientes tiene acciones específicas en el cerebro, la teobromina, PEA, la manteca de cacao, el cacao en polvo, la anandamida, las sales de magnesio y una variedad de flavonoides. Para un pequeño porcentaje de personas, generalmente mujeres, es la combinación de estos ingredientes la que produce ira y rabia emocional cuando consumen chocolate, incluso en pequeñas cantidades. Por lo tanto, cada fuente de alimentación debe ser considerada como un conjunto de ingredientes específicos y se debe considerar la historia genética de la persona que lo consume. Con demasiada frecuencia, la gente asume que un solo nutriente actúa de la misma manera en todo el mundo, esto no siempre es cierto. Después, algunos ingredientes pueden convertirse en nuestro cuerpo en compuestos totalmente inesperados que afectan el cerebro, como es el caso de un componente de la nuez moscada que se convierte en la droga callejera éxtasis. Así que podés ver lo complicado que se hace responder a las preguntas acerca de los efectos de la dieta sobre el cerebro.

CUKMI: ¿Por qué decís que desde la perspectiva del cerebro la comida es como una droga? ¿Qué diferencia hay con una droga como el éxtasis y el alcohol?

GARY: No hay ninguna diferencia entre los alimentos y las drogas, son productos químicos. Ambos se metabolizan en energía. Para muchas personas el café y la nicotina son alimentos. Mientras algunos alimentos afectan el cerebro de manera muy indirecta, otros lo hacen de forma más directa, al igual que las drogas. El alcohol fue alguna vez considerado pan líquido simplemente porque es muy nutritivo y no se echa a perder al ser transportado en largas distancias. Pasa que tendemos a ver los alimentos como nutrientes. Algunas drogas influyen sobre el hambre, estos son los estimulantes primarios, pero indirectamente también influyen en lo que comemos. Los alimentos y las drogas son sólo sustancias químicas que producen efectos deseados y no deseados en nuestro cuerpo y nuestro cerebro. Y la línea que separa la droga del alimento es cada vez más borrosa. Los médicos están administrando a los niños con trastornos del desarrollo como el autismo suplementos de micronutrientes, y han tenido cierto éxito. Las personas que siguen una dieta macrobiótica buscan alterar el equilibrio de los microbios en los intestinos y esto influencia, de manera indirecta, la función cerebral.

CUKMI: ¿Hay una relación directa entre comer y envejecer?

GARY: En cuanto a la evidencia científica, no hay alimentos que pueden prolongar la vida. El único método probado científicamente es comer menos calorías. El sabor y las propiedades de la comida no tienen nada que ver con la salubridad de los alimentos.

Por supuesto, comer frutas y verduras sugiere que vamos a mantenernos saludables por más tiempo. Pero porque las frutas, verduras y granos fibrosos contienen menos calorías por peso y nos inducen a comer menos en general. Cualquier cosa que hagas para comer menos calorías alarga la vida.

CUKMI: Debe haber muchos conceptos erróneos dando vueltas, ¿cuáles son los más difundidos?

GARY: El que dice que existen alimentos malos para la salud del cuerpo que a veces son buenos para el cerebro. Por ejemplo, las personas que fuman cigarrillos rara vez desarrollan la enfermedad de Parkinson, las que beben mucho café todos los días rara vez desarrollan Parkinson o Alzheimer y la diabetes tipo II. Fumar marihuana es buena para el cerebro cuando nos hacemos mayores y puede desacelerar el deterioro mental. El cerebro ansía alimentos con alto contenido glucémico en la mañana, como por ejemplo donas, panes y azúcar.

CUKMI: ¿Por qué es más fácil subir de peso que dejar de comer y comenzar una dieta?

GARY: La respuesta tiene mucho que ver con las condiciones existentes en la evolución del cerebro y el cuerpo en los últimos millones de años. Nuestro cerebro nos recompensa con fuerza cuando comemos azúcar, grasa y sal; por lo que tenemos una epidemia inminente de enfermedades relacionadas con la obesidad. Azúcar, grasa y sal rara vez aparecen en la naturaleza y están cargadas de calorías, por lo que cualquier animal que se los encuentra se los comerá hasta terminarlos. Los seres humanos suelen hacer lo mismo en las mesas de buffet durante las fiestas. Vemos la comida ¡y nuestro cerebro nos recompensa por cada bocado de grasa, sal y azúcar!

No podemos dejar de comer y seguir viviendo. Si lo comparamos con la nicotina, no necesitamos fumar para vivir –por lo que podríamos evitar la experiencia de fumar por completo– pero no es el caso de los alimentos. Por eso es tan difícil perder peso comiendo menos. Es más fácil hacer ejercicio, pero este enfoque es mucho menos eficaz.

CUKMI: ¿Y en qué medida comer o no comer grasas puede inducir o prevenir la depresión?

GARY: Comer alimentos ricos en grasas induce la liberación de endógenos –químicos similares a la morfina– en el cerebro, por lo que comer un helado es como una inyección de heroína. Si estabas deprimido antes de comerlo, no lo estarás después. Cuando comemos de más, almacenamos el exceso de calorías en forma de gotas de grasa en nuestras células grasas. A medida que estas células se agrandan y se llenan, fabricamos más, que luego llenamos con más gotas de grasa. Las células de grasa no están inactivas, sino que liberan sustancias químicas que al entrar en el cerebro afectan el estado de ánimo. Por eso es que las personas obesas tienden a sufrir más de depresión, y además no responden bien a los medicamentos antidepresivos en comparación con las personas delgadas. De forma esporádica, las células de grasa también liberan endógenos similares a la marihuana que inducen a comer de forma compulsiva. En consecuencia, por lo general comer alimentos grasos induce una cierta euforia aguda pero en última instancia provoca depresión.

CUKMI: Existe un estudio al menos extraño que dice que imaginarse uno mismo comiendo un alimento específico puede hacernos comer menos. ¿Cómo es posible que un pensamiento reemplace al acto?

GARY: Se llama habituación. Engañamos a nuestro cerebro para que piense que ya hemos consumido parte de los alimentos y por lo tanto tendemos a comer menos. Quien sea capaz de reproducir mejor la experiencia mental, más eficaz le resultará el método, que se nutre de una capacidad humana muy poderosa: el efecto placebo. Si creés que alguien ha encontrado una solución de la caída del cabello, ¡algunas personas realmente hacen crecer el cabello! Este no es el enfoque ideal para controlar el peso, pero es uno de los muchos enfoques que podrían ayudar.





Fuente: Cukmi.com
Entrevistado: Gary L. Wenk, profesor de Psicología, Neurociencia, Virología Molecular, Inmunología y Genética Médica en la Ohio State University, es una autoridad mundial sobre las consecuencias de la inflamación crónica del cerebro y en modelos animales de enfermedad de Alzheimer. Recibio el Vernon & Virginia Furrow Excellence in Teaching Award y el Five Star Faculty Teaching Award. La investigación del profesor Wenk se centra en la investigación de medicamentos que pueden retrasar la progresión de la enfermedad de Alzheimer y de rescate del cerebro de las consecuencias del envejecimiento normal y patológico. Elegido en 2008como Fellow en el American Assosciation for the Advancement of Science por sus destacadas contribuciones en el campo de la neurofarmacología, enfermedades neurodegenerativas y procesos neuroinflamatorios.
Autor entrevista: Marcela Mazzei






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jueves, 10 de febrero de 2011

El desafío de la pandemia de obesidad a nivel mundial

Entre los países más ricos, Estados Unidos lidera la lista mundial de obesidad
Debido a que van en aumento los países que adoptan el modo de vida occidental, más del 10% de la población mundial es obesa, según una serie de estudios que publicó en su último número la revista médica "The Lancet".

Las investigaciones, realizadas con el objetivo de identificar factores de riesgo en las enfermedades coronarias, coinciden en que existe una "pandemia de obesidad" ya que se ha duplicado entre 1980 y 2008.

En 2008, más de 500 millones de personas en todo el mundo eran clínicamente obesas. La incidencia era mayor entre el sexo femenino, ya que había 297 millones (13,8 %) de mujeres obesas y 205 millones (9,8 %) de hombres obesos, frente a unos porcentajes respectivos del 7,9 % y 4,8 % en 1980. Esto significa que tenían un Índice de Masa Corporal (IMC) -la medida resultante de dividir el peso del individuo en kilos por su altura en metros al cuadrado- superior a 30.

La mayor tasa de obesidad se registró en las naciones de las islas del Pacífico, con niveles medios de IMC de entre 34 y 45, un 70 % por encima de algunos países del sudeste asiático y África.

Entre los países ricos, EEUU figuraba en el primer puesto de la lista de obesidad, con un Índice de Masa Corporal medio de 28, tanto para hombres como para mujeres.

Además, "The Lancet" publicó tres estudios que analizan de manera conjunta los niveles globales de obesidad, el colesterol y la presión sanguínea, intercambiando sus respectivos resultados. En contraste con el incremento de la obesidad, la siguiente conclusión destacada fue que la proporción de la población mundial que tiene problemas de hipertensión disminuyó entre 1980 y 2008.

Gracias a sus prestaciones sanitarias, los países ricos fueron los que lograron los mayores avances en el control de la hipertensión y también los que consiguieron que, en este periodo, retrocedieran los niveles medios de colesterol entre la población.

En oposición a esta buena noticia, se constató que hay países emergentes y pobres, como es el caso de las naciones del Báltico o de los países del este y el oeste del continente africano, que registran los niveles de presión sanguínea más altos del mundo, igualando los existentes en algunas partes de Europa Occidental hace treinta años.

Incluso, países que habían sido históricamente bajos en niveles de colesterol, como Japón, China y Singapur, muestran en este periodo incrementos, a causa de un cambio dietario, con la incorporación de más grasas animales.

Estos resultados "demuestran que el sobrepeso y la obesidad, la hipertensión y el colesterol alto ya no son solo problemas occidentales o problemas de las naciones ricas", explicó el profesor Majid Ezzati, de la Escuela de Salud Pública del Imperial College de Londres.

Gretchen Stevens, de la Organización Mundial de la Salud, dijo que "tenemos que identificar, aplicar y evaluar de manera rigurosa las intervenciones que tienen como objetivo revertir estas tendencias o limitar sus efectos perjudiciales". De todas formas, comentó que ya es conocido que los cambios en la dieta y en la actividad física son los causantes del aumento mundial de la obesidad, pero señaló que "sigue sin estar claro cuáles serían las políticas que ayudarían a reducir con mayor eficacia la obesidad".

El doctor Mike Knapton, de la British Heart Foundation señaló que la obesidad "es una tendencia preocupante, pero que puede ser revertida con políticas eficaces y con cambios en el estilo de vida, con la ayuda de importantes avances en la medicina", a lo que añadió que la mejora en los niveles de colesterol y de hipertensión en los países desarrollados son la prueba de que hay solución.



Fuente: Observa.com.uy / La obesidad, un desafío mundial

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domingo, 5 de diciembre de 2010

La grasa como cuestión de Estado

La prohibición en EE UU de regalar juguetes con la comida rápida abre un enconado debate sobre si la obesidad es una epidemia o un problema individual ¿Tiene el Gobierno el derecho a regular lo que comen los ciudadanos para luchar contra la obesidad? En Estados Unidos se ha iniciado un debate entre aquellos que opinan que el Estado debe tratar la obesidad como una epidemia, disuadiendo como pueda a los ciudadanos de consumir alimentos altamente calóricos o excesivamente grasos, y aquellos que piensan que la gordura es una opción individual y que, el sobrepeso, como dolencia, debe ser tratado exclusivamente a nivel médico, caso a caso, sin ningún tipo de intervención de la Administración pública. La decisión de la ciudad de San Francisco de prohibir que las cadenas de comida rápida regalen juguetes con menús altamente calóricos ha reiniciado la polémica, que supera el terreno nutricional y se ha convertido en un debate sociológico y político que puede acabar con el nacimiento de un negacionismo nutricional.

San Francisco le ha declarado la guerra al Happy Meal, el colorido menú de niños de la cadena McDonald's. En él, suele venir un refresco, una ración de patatas fritas y cuatro piezas de pollo o una hamburguesa pequeña, además de un postre dulce. Desde que introdujo el menú en 1979, McDonald's ha vendido 20 millones de Happy Meal en EE UU. El precio oscila allí entre dos y tres euros. Incluye también un juguete, algo muy popular entre los pequeños. Según las tablas nutricionales de la empresa que los vende, su contenido calórico roza las 600 calorías. Hay algunas opciones, como la que incluye hamburguesa con queso, que se sitúan en las 780 calorías. Los nutricionistas coinciden, normalmente, en que un niño mayor de cuatro años debe comer unas 1.200 calorías diarias.

Durante décadas, el gran atractivo de McDonald's ha sido el hecho de que sea una mezcla entre patio de juegos y restaurante al que a los niños les gusta acudir con la familia. Para los gobernantes locales de San Francisco, sin embargo, el problema sobreviene cuando las comidas de los niños en McDonald's, Burger King, Wendy's o cualquier otro establecimiento de comida rápida son un hábito, la norma en lugar de la excepción. Teniendo en mente que el 13% de los niños de EE UU son obesos, la Junta de Supervisores de la ciudad (órgano equivalente al Ayuntamiento local) ha aprobado una ordenanza según la cual no se podrán regalar juguetes con menús que ofrezcan más de 600 calorías, tengan más de un 35% de valor nutricional procedente de grasas, contengan un 10% de grasas saturadas, supongan más de 640 miligramos de sodio o no incluyan una ración de frutas o vegetales.

La medida entrará en vigor en diciembre de 2011, y aunque el alcalde de la ciudad, Gavin Newsom, anunció que la vetará, fue aprobada en el consejo local con suficientes votos (ocho contra tres) para sortear ese veto. El supervisor de San Francisco que ha propuesto la norma, Eric Mar, tiene clara la razón: "Nuestra legislación generará un cambio en esos restaurantes que ofrecen menús que no son sanos y que se dirigen a los consumidores infantiles y juveniles, para que sirvan menús mucho más saludables con incentivos añadidos como los juguetes. Así, ayudaremos a proteger la salud pública, reduciremos el gasto sanitario y fomentaremos hábitos alimenticios sanos".

Se trata de una extendida opinión entre muchos políticos de EE UU: la obesidad es una epidemia, y como tal hay que tratarla. Así lo opina la propia Casa Blanca. Es tradición en cada presidencia que la primera dama asuma una causa social en la que centrar sus esfuerzos. Nancy Reagan lo hizo con la lucha contra la drogadicción. Laura Bush fomentó la lectura. Michelle Obama combate la obesidad infantil. Dijo en un discurso en Las Vegas, el pasado junio: "Un tercio de los niños de nuestro país sufren de sobrepeso o son obesos. Son demasiados. Muchos más que cuando yo era niña. Eso implica que estos niños sufren mayor riesgo de padecer enfermedades coronarias, diabetes o cáncer. Y creo que ese es el destino que les ofrecemos a nuestros niños. No es solo una crisis sanitaria. Es una crisis económica. Nos gastamos 150.000 millones de dólares [93.000 millones de euros] al año en tratar enfermedades relacionadas con la obesidad. No queremos ese futuro para nuestros niños o nuestro país".

En mayo, durante el debate parlamentario de la reforma sanitaria impulsada por el presidente Barack Obama, el Senado consideró una propuesta que, entre otros, ya había planteado el Gobierno de Nueva York: imponer un impuesto extra a las bebidas altamente calóricas. Muchos nutricionistas estiman que los refrescos y batidos son una fuente de calorías mucho más peligrosa que los restaurantes de comida rápida. Por ejemplo, y a pesar del debate desatado en torno a los Happy Meal, McDonald's ofrece el batido Chocolate Triple Thick que tiene 1.160 calorías, más de la mitad de las necesidades de un adulto en una jornada entera.

Ante la ofensiva gubernamental contra los excesos de la gordura, el movimiento libertario de EE UU se ha erigido en armas ideológicas. El respetado profesor de Derecho de la Universidad de Chicago Richard A. Epstein, baluarte de ese tipo de pensamiento que recela profundamente de la intervención gubernamental, se ha opuesto desde hace años a que se considere a esa dolencia como una epidemia. "Soy profundamente escéptico respecto a esos esfuerzos de luchar contra la obesidad aumentando impuestos", asegura. "Además, hay una gran cantidad de gente que consume ese tipo de refrescos sin complicación alguna y no hay razón por la que deban pagar ese impuesto".

"Y prohibir las promociones [como lo ha hecho San Francisco] tiene el problema de que los niños que quieran calorías encontrarán el modo de conseguirlas. El control paterno es un mecanismo mucho mejor cuando realmente funciona, que es algo que sucede en mayor grado en las familias de clase media alta. Normalmente es más deficiente en otros estratos. Los centros educativos y los empresarios pueden tratar de modificar los menús, pero existe un riesgo de que los niños se gasten la paga en comida que no es beneficiosa para su salud [como chucherías o bollería industrial]. Es un problema difícil, pero la solución del Gobierno no aporta muchos beneficios".

Algunos reputados expertos, como el profesor de Política Pública de la Universidad de Chicago Tomas J. Philipson y el juez Richard A. Posner, han propuesto una solución médica. Explica Philipson: "Ya se han producido innovaciones como la cirugía bariátrica, el bypass gástrico o la banda gástrica, que en la actualidad es el tratamiento más exitoso para la obesidad mórbida. Nuevos medicamentos para la obesidad pueden ocupar el espacio de mercado de 17.000 millones de dólares anuales del medicamento contra el colesterol Lipitor, que es ahora el fármaco más vendido del mundo. Hay un nuevo medicamento de la farmacéutica Vivus para perder peso, llamado Onexa, que aún debe ser aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos y que será el primero de una larga lista. Las innovaciones científicas pueden ser más exitosas a la hora de luchar contra la obesidad que los intentos de cambiar los hábitos alimentarios y de ejercicio de la gente".

Ideas como esa avanzan en la dirección de hacer al Estado redundante en la lucha contra la malnutrición, un fenómeno que no encontró una oposición seria durante la última década. Hoy día, sin embargo, con el avance del movimiento radical del Tea Party, facción extremista del Partido Republicano que pugna por una reducción de la intervención gubernamental a su mínima expresión, la insistencia de los Gobiernos en penalizar a los fabricantes y a los consumidores de comida basura se interpreta, cada vez más, como una intromisión ilegítima en la vida privada de los ciudadanos.

Se trata de una tendencia incipiente, pero con peso argumental. Algunos expertos ven la cruzada contra la obesidad como una demonización cultural, al mismo nivel que el macartismo, la caza de brujas anticomunista en el Senado de EE UU en los años cincuenta. Así opina Paul Campos, profesor de Derecho de la Universidad de Colorado. "Se trata del efecto del llamado pánico moral de ciertos sectores de la sociedad", explica. Ese término, "pánico moral", acuñado por el sociólogo Stanley Cohen en los años setenta, define la reacción exagerada de un sector social poderoso o mayoritario que percibe de forma deformada e inexacta a una minoría, demonizándola. "La gente con sobrepeso se convierte en lo que se conoce como demonios populares, los chivos expiatorios. Al experimentar ese pánico, esa reacción adversa, las élites exigen al Gobierno que neutralice a esos demonios con medidas intervencionistas".

Campos defiende esta visión con tres argumentos. Por un lado, asegura que las empresas farmacéuticas tienen interés en que el Estado trate la gordura como una crisis sanitaria, para vender más medicamentos. Además, la cultura popular norteamericana, exportada a casi todo Occidente, es más tolerante con otros desórdenes alimentarios, como la extrema delgadez. Finalmente, el consumo alimentario es el único que mantiene una relación inversa con el poder adquisitivo. Es decir, cuantos más recursos tiene una familia, mejor come. En cambio, las hamburguesas de un dólar son una comida común entre las clases bajas norteamericanas.

"No es una coincidencia que la única forma de exceso consumista que mantiene una correlación opuesta con el poder adquisitivo y el extracto social del consumidor sea contra el que claman las élites sociales", explica Campos. "No estoy diciendo que se trate de una ofensiva consciente. Pero sí que creo que es un prejuicio asociado al extracto social. Es común ver una crítica a la gordura en términos que a veces llegan a ser incluso morales, y, como decía, de demonización".

No hay duda científica de que la gordura excesiva es altamente perjudicial para la salud. Cierto es también que un 26% de los norteamericanos es obeso, porque tienen un índice de masa corporal igual o superior a 30 en el llamado índice de Quetelet. Pero ha habido campañas con las que muchos ciudadanos con sobrepeso han sufrido el escarnio público, como las iniciativas de las aerolíneas de cobrar dos asientos a las personas con considerable sobrepeso o las afirmaciones por parte de diversos políticos de que la obesidad incrementa el gasto sanitario y hace que las aseguradoras aumenten los precios de sus pólizas.

En el caso de los juguetes en los Happy Meal en San Francisco, hay padres y educadores entre los que cunde el rechazo a la idea misma de que el Estado intervenga para prohibir ningún tipo de opción alimentaria. "San Francisco ha creado su propio ministerio de la abundancia [en la novela distópica 1984 es el que raciona los alimentos y otros bienes], despojando a los padres del derecho de decidir con qué quieren alimentar a sus hijos", dice Luanne Hays, profesora en la Escuela Cristiana Ovilla de Tejas y columnista en la revista educativa Teacher Voice. "Cuando George Orwell escribió sobre control gubernamental en su novela 1984, MacDonald's aún no había inventado el Happy Meal. Orwell no se imaginaba entonces que en el siglo XXI habría un nuevo ministerio de la abundancia".

Según esa nueva visión, el Gobierno está tomando, a través de las políticas nutricionales, el camino del Gran Hermano orwelliano. Es la parte central de lo que se está convirtiendo en un debate social y político de EE UU, la duda de si la gente con sobrepeso y obesidad tiene derecho a optar a vivir de ese modo. Expertos de todo calado consideran si la suya es una opción personal o una irresponsabilidad de grupo que acaba afectando a la sociedad en conjunto y, por imitación generacional, a los niños, que copian los patrones que contemplan entre sus padres. La gran duda de fondo es si acabará naciendo un sólido movimiento de escépticos que, como sucede con el cambio climático, acabarán creando un negacionismo nutricional.


Saber las calorías que comemos ayuda a adelgazar

Nueva York, con su excepcionalismo dentro de las ciudades norteamericanas, ha sido el gran laboratorio de experimentos nutricionales en EE UU. Primero, obligó a los centros sanitarios del área metropolitana de la ciudad a informar de los niveles de hemoglobina glucosilada de la ciudadanía, para elaborar un registro municipal de diabetes. Posteriormente prohibió el uso de grasas trans. Finalmente, desde 2008 exige a las cadenas de restaurantes que tengan más de 15 establecimientos en el país, que publiquen el contenido calórico de cada alimento en lugar visible, bajo pena de multa de hasta 2.000 dólares (1.400 euros) si no lo hacen.

Según dijo entonces el consejero de Sanidad del Gobierno local neoyorquino, Thomas Frieden, la finalidad de publicar las calorías es eminentemente disuasoria: "Se podría pensar que una ensalada de atún, ya que es una ensalada, es algo muy saludable. Pero es posible que el cliente vea que esa ensalada tiene muchas más calorías que un bocadillo de carne asada. Y es posible que al consumidor le apetezca más ese bocadillo de carne asada aunque en principio fuera a comprar la ensalada de atún porque pensaba que era lo más saludable".

Tres investigadores de la Universidad de Stanford -Bryan Bollinger, Phillip Leslie y Alan Sorensen- llevaron el año pasado un estudio del impacto real de esta medida en el gran laboratorio nutricional en que se había convertido Nueva York. Su principal intención era saber si el hecho de ver las calorías junto al precio afectaba en algo el comportamiento del consumidor. Compararon los hábitos de compra de los clientes de la cadena Starbucks en Nueva York (222 tiendas) con los de Filadelfia y Boston (94 establecimientos), donde no impera la misma ley. "Descubrimos que la obligatoriedad de publicar las calorías influyó en los hábitos de los clientes de Starbucks, disminuyendo el número de calorías en un 6% (de 247 a 232 calorías) en cada compra", aseguran los autores. Solo seis de cada 100 actos de consumo se vieron alteradas por esa política.

El efecto es mayor en quienes normalmente realizaban las compras más altas en calorías en Starbucks antes de la ley que obliga a publicar las calorías (la reducción es ese caso del 26%), aseguran los autores. En general, estiman que, de media, la reducción por individuo y día es de 30 calorías. Y los dietistas recomiendan que, para perder peso, se reduzca la ingesta calórica entre 500 y 1.000 calorías por día, como estrategia para perder hasta un kilo por semana. El número de calorías que una persona adulta debe ingerir por jornada oscila entre 1.500 y 2.000.



Fuente: ElPais.com
Autor: David Alandete


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miércoles, 24 de junio de 2009

Tanta 'tele' engorda

Los niños pasan tres años de su etapa escolar ante pantallas de todo tipo - Llega la sociedad obesogénica: las comodidades que nos facilitan la vida se han vuelto nuestro mayor enemigo

Cuando un niño de un país desarrollado termina su escolarización ha estado sentado frente a una pantalla una media de tres años; de hecho, ésta es la actividad a la que más tiempo habrá dedicado por detrás del sueño (más que al colegio, teniendo en cuenta las vacaciones). Durante esos años, le habrán bombardeado con unos 10.000 anuncios de comida hipercalórica, con altas dosis de azúcares y grasas; todo un caldo de cultivo para el sobrepeso. No comer de forma equilibrada, no hacer ejercicio o que a sus padres también les sobren kilos son el resto de factores decisivos para que acabe siendo un obeso.

El aumento, durante los últimos años, del consumo de otros dispositivos electrónicos no se ha compensado con la bajada del tiempo frente a la televisión, de alrededor de 10 minutos en los últimos 15 años (en 1995 era de 160). Evidentemente 10 minutos es mucho menos de lo que los niños emplean para conectarse a Internet, jugar a las videoconsolas y manejar el teléfono móvil. El consumo de televisión está en dos horas y media y el saldo final para los niños y adolescentes españoles es de muchos más minutos sentado frente a una pantalla. El 40% de los menores, además, prefiere Internet a la televisión y, casi la mitad, los videojuegos a la pequeña pantalla (según un estudio de la Universidad de Navarra en 2006 con niños de varios centros escolares).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva años advirtiendo de que la obesidad es una pandemia que tendrá graves consecuencias si no se frena pero, pese a ello, vivimos en un ambiente que cada vez más fomenta el sedentarismo y la mala alimentación, promocionada especialmente desde los medios. Las pantallas y la comida basura se convierten en un círculo vicioso para los niños. Según un estudio publicado en 2006 en la revista estadounidense Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine, se asociaba cada hora de televisión con la ingesta adicional de 167 calorías. El estudio destaca la influencia de la televisión en el desequilibrio del balance energético y sus implicaciones en crecimiento del porcentaje de niños y jóvenes obesos en EE UU.

España aún no está a la altura de EE UU, pero las últimas cifras indican que nos acercamos a Reino Unido, uno de los peor parados de Europa en este sentido, con aproximadamente un tercio de sus niños con problemas de sobrepeso y obesidad. En España, el 30% de los menores de 14 años están por encima de su peso, asegura Ricardo García, jefe del servicio de endocrinología infantil del madrileño hospital La Paz, quien además afirma que, dentro de este 30%, crece la proporción de obesos frente al de niños con sobrepeso. Según la última encuesta realizada por el INE (con datos de 2006), padecía sobrepeso el 27,6% de los niños, un 11,5% más que en la anterior encuesta de 2003.

En España, la prevalencia de la obesidad ha crecido de forma exponencial en los últimos años y los médicos creen que el problema no se percibe con la gravedad que debería. Tampoco hay nada que parezca indicar un cambio de tendencia: "El problema va a peor, no hay más que mirar el estilo de vida: coche para todo, nadie usa las escaleras, los niños no van a clase andando...". Esto es lo que preocupa a Felipe Casanueva, director del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre la fisiopatología de la obesidad y nutrición (CIBERobn), organismo dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación y del Instituto de Salud Carlos III, dedicado a investigar de forma multidisciplinar todos los aspectos de la problemática.

"Un estudio de EE UU concluyó que los niños están una media de 6,5 horas al día enganchados a un aparato electrónico, es una barbaridad", explica vehemente Casanueva. El estudio ALSPAC, realizado en la Universidad de Bristol (RU) a través del seguimiento a más de 14.000 niños desde la gestación, estableció que el riesgo relativo de padecer obesidad en los niños que veían la televisión de 4,1 a 8 horas a la semana era un tercio menor que el de los que la veían más de ocho horas. "Los padres suelen premiar a sus hijos con una televisión para su habitación, un error fatal", critica el director del CIBERobn. El ambiente no facilita las alternativas a la electrónica, que los médicos creen deberían promover los padres. El 60% de las casas españolas tienen ya más de una televisión y el porcentaje de niños que tienen móvil a los 10 años ya está en torno al 70%.

La expansión de los juegos electrónicos ha coincidido con la falta de tiempo y el aumento de los alimentos precocinados y la comida rápida. Las sociedades "obesogénicas" (abundancia de comodidades, mayor acceso a alimentos energéticos y vida sedentaria) están fomentando este crecimiento. La psicóloga experta en trastornos alimentarios, Julia Vidal, también alerta de las complicaciones que muchas veces la sociedad impone a la práctica de ejercicio, "a veces parece que el único deporte asequible es el que se hace con la Wii Fit". No es desdeñable la creciente afición a este tipo de consolas donde el usuario se ejercita mientras juega. Las ventas de Wii crecieron un 58% en 2008 respecto al año anterior.

"Las comodidades producto del desarrollo de las sociedades se han convertido en nuestros enemigos", afirma Gema Frühbeck, directora de la Sociedad Europea de Endocrinología. "Ahora toca aprovechar sus ventajas para adaptarlas a un modo de vida saludable". Frühbeck acaba de copresentar un libro (junto al doctor Gareth Williams, de la Universidad de Bristol), Obesidad: ciencia para practicar, en el que hacen hincapié en la relación directa con las horas de pantallas y en general del sedentarismo. Los niños obesos pasan, según estudios europeos a los que alude Gema Frühbeck, entre seis y 10 horas al día viendo la televisión, mientras que los demás pasan entre dos y cuatro horas. Es la pescadilla que se muerde la cola. Los problemas de relaciones que puede provocar el estar gordo, se unen a que, mientras están frente a aparatos electrónicos, también comen, normalmente comida basura.

La obesidad infantil dista mucho, como se apuntaba, de estar bien identificada por la población y aún queda un largo camino a la concienciación. Aunque Ricardo García asegura que están creciendo tanto los casos de obesidad como las consultas al endocrino, opina que "deberían haber aumentado más, ya que muchas veces no se acude cuando existe sobrepeso, y una vez alcanzada la obesidad es una enfermedad crónica muy difícil de curar". El papel de los padres es, por tanto, fundamental. En la obesidad se cumple el de tal palo, tal astilla. Una de las mayores probabilidades que puede conducir a un niño es, precisamente, que sus padres lo sean (¡Mira el niño, está gordito como su padre...!). Casanueva resalta la importancia de una buena actitud: "Los progenitores desconocen la dimensión del problema y sus actitudes negativas se reflejan en los hijos", explica el investigador, que ahonda en varios de los errores más comunes: "El hecho de comer viendo la televisión es malísimo, está demostrado que se come más porque se produce una desconcentración que inhibe la sensación de saciedad". Otro ejemplo es el tipo de comida, "los padres permiten a los niños caprichos alimenticios que están provocando un estilo de alimentación alejado del tradicional de España, sin frutas, verduras o pescados y con mucha grasa".

La pésima combinación entre comida grasienta, pantallas electrónicas y escasez de deporte tiene los resultados señalados con el agravante de que son crónicos. Más del 80% de los niños o adolescentes obesos siguen siéndolo de por vida. Esto implica una tendencia en aumento hacia una sociedad obesa. El aumento es vertiginoso y Ruiz afirma que "algunos médicos apuntan que la esperanza de vida de los niños nacidos en la década de los 2000 será más baja que la de los de décadas anteriores". Estamos, pues, ante un problema de gran envergadura para la salud pública, pero también para los sistemas económicos.

El impacto de la obesidad tiene un coste sanitario muy elevado. Las estimaciones son muy complicadas por la cantidad de patologías derivadas. No obstante, el estudio Delphy (1999) estimó (para España) en el 7% del presupuesto sanitario lo dedicado a las consecuencias directas e indirectas de la obesidad. En 2002, la RAND Corporation (una institución norteamericana sin ánimo de lucro) valoró que el coste de la obesidad era mayor al derivado del tabaquismo o el alcoholismo en EE UU.

La tendencia de los expertos (a la luz de las estadísticas) es muy pesimista. Para Casanueva, pasa únicamente por una completa estrategia política en todos los ámbitos. "Los políticos tienen que percibir la gravedad del problema; en España, a diferencia de otros países, la obesidad no aparece en los programas políticos". El director del CIBERobn habla de regulaciones, como la de prohibir la venta de bebidas y alimentos hipercalóricos en los colegios e institutos, introducir información sobre nutrición y riesgos en los programas educativos u obligar a los restaurantes a publicar las calorías que llevan sus menús. "Es necesaria una mayor concienciación que sólo se consigue por esta vía", señala el especialista. "Debería haber un movimiento de las autoridades para promover ciudades sanas, ahora está claro que no es una prioridad".

Los estudios indican que las políticas pueden ser muy útiles para combatir el sobrepeso. En un reciente informe aparecido en febrero en la revista Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine sobre un conjunto de niños en Holanda y Australia, determinaba que la eliminación total de publicidad de comida basura supondría una caída en los porcentajes de obesidad infantil de en torno a un 2,5%. En las conclusiones del informe se afirma que la limitación de este tipo de anuncios contribuiría en gran medida al gran esfuerzo necesario para mejorar las dietas infantiles.

El reto es tratar de combatir la epidemia, "con unas perspectivas poco halagüeñas trataremos de dar pasos a nivel global", explica Casanueva, "como los de algunos países escandinavos, que han conseguido estabilizar la prevalencia gracias a medidas como la prohibición de vender productos hipercalóricos en los colegios, prohibir anuncios de ese tipo en horario infantil o incluir programas de educación nutricional en los colegios". Las propuestas políticas concretas, no obstante, deberán llegar tras los recursos: "De momento tenemos que conseguir que los Gobiernos se conciencien y se inviertan las cantidades necesarias", concluye.

A pesar de todo, y más tratándose de menores, no hay que dejar de lado la prudencia. Los adolescentes son un grupo muy vulnerable y es necesario acotar bien las situaciones para evitar que se pase de un extremo a otro, como la anorexia o la bulimia. "No debe transmitírseles la idea de una sociedad de gordos y flacos, donde la importancia de la imagen es excesiva", dice Gaitán. "Los padres y los educadores tienen que sentarse con los niños y enseñarles a comer. Tienen que explicarles a partir de dónde empieza el sobrepeso y prevenir que se obsesionen", afirma Ruiz.

Frühbeck habla también de la "estigmatización de la persona obesa, hay que evitar mensajes de persecución hacia los niños que padecen esta enfermedad, transmitirles apoyo, de forma gradual, no tiránica"; la presidenta de la Sociedad Europea para el Estudio de la Obesidad afirma que la única solución es la educación y las políticas de concienciación. "Los niños necesitan aprender los hábitos alimenticios en el colegio, si no no vamos a conseguir nada".- Dieta saludable. El Ministerio de Sanidad y Política Social tiene implantada la estrategia NAOS, bajo el lema ¡come sano y muévete! establece una serie de alimentos que deben ser la base de la dieta: las frutas, verduras y hortalizas, cereales, productos lácteos, pan y aceite de oliva deben consumirse a diario. También el arroz y la pasta pueden alternarse. Tanto las proteínas como las grasas y los azúcares deben comerse con moderación. Hay que aprovechar la base de la que es la dieta tradicional española, los productos mediterráneos.

- Ejercicio físico. Existen muchas posibilidades para mantenerse en forma. Caminar al colegio o subir las escaleras constituyen ya maneras de evitar caer en una vida sedentaria.

- Eliminar horas frente a las pantallas. Los diferentes estudios demuestran la correspondencia que existe entre las horas que los niños pasan con la televisión, el ordenador o las videoconsolas y su sobrepeso. Es necesario moderarlas y ofrecer alternativas para que se ocupe el tiempo de ocio.

- Equilibrio. Debe tenerse en cuenta que hay que llevar un equilibrio entre la cantidad de energía que se ingiere y lo que se quema mediante la actividad diaria.


Fuente: El País.com
Autor: Cristina Castro Carbón

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